Es difícil sentarme a escribir este obituario. Hernán fue un gran amigo, una gran compañía y un gran lector. Parecía una casa de citas, siempre que te sentabas a hablar con él traía de referencia, como mínimo, cinco escritores en los cuales enmarcaba sus diálogos.
Recuerdo cuando éramos jóvenes y nos interesaban más los libros que el trabajo, él un intelectual, yo más de la onda de socializar, sin embargo, éramos los mejores amigos. Recuerdo mucho su juventud un flacucho, fumador empedernido y con las prioridades donde eran. Gran amante de los perros, de su pareja y sus amigos.
¿Qué puedo decir de este amigo del alma? Si, del alma, nuestras almas eran amigas no solo de esta vida. ¿Qué poder decir en esta despedida que tanto nos duele a todos, pero sobre todo a su Sara su esposa, niñas y perros? Creo que lo único que puedo hacer es contar alguna anécdota que nos saque una sonrisa en medio de la pena, así que tratare de contarla como la contaba él.
“Cualquier fin de semana, cuando quedábamos muchos amigos de ir a la playa a hacer un buen asado, era yo obviamente el encargado por ser el argentino viviendo en España y aunque eran pocos los españoles, pues el resto de mis amigos, Colombianos, Venezolanos, Peruanos y demás, me designaban para manejar la parrilla. Aquí les enseñe esa bella costumbre de tener el vaso del parrillero siempre lleno, así que al final no se sabía quién estaba más prendido, si la carne o yo. Ese día estaba bien caluroso el ambiente así que decidieron tomar tinto de verano, un brebaje no se inventado por quien, un insulto al vino, pero qué más da, igual también emborracha. Como era de costumbre salí dando tumbos y para no perderme entre la multitud, porque a las cinco nos sacaban a todos de la playa como era la norma en mi ciudad, vi un bolso amarillo lleno de toallas que llevaba Marta, en medio de mi rasca le dije a mi cerebro que se concentrara en seguir ese amarillo. No sé qué paso, si alguien tenía el mismo bolso y si me volví un poco daltónico por el brebaje, pero en cualquier parte del camino empecé a seguir otro bolso, igual de grande, pero de otro color, convencido que era Marta. La seguí hasta el bus y allí ya bien tranquilo de que me iría a casa a dormir esta perra, me relajé y me quedé dormido casi al instante. Lo siguiente que supe fue que me despertó el chofer del bus en la última parada diciéndome que me tenía que bajar, claramente la del bolso no era Marta y yo estaba al otro lado de la ciudad. Convencí al chofer para quedarme en el bus hasta donde me había recogido y yo pudiera tomar la ruta 33 para volver a casa, el señor entendió mis razones y me dejó. Creo que no me pudo levantar porque me volví a despertar nuevamente en la misma parte, pero ya con el bus parqueado y cerrado con llave. No tuve más alternativa que esperar al chofer hasta su hora de empezar ruta para salir del bus y tomar un taxi que me llevara a mi casa y mis amigos pagaran porque yo me había despertado sin un duro.”
Saber si la historia es verdad o no ya será imposible, a mí la verdad me pareció una buena excusa que Hernán invento para que su novia de ese momento no supiera que en aquella playa conoció a Sara.
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